ESPAÑA, EN ESPERANZA CONTRA ESPERANZA

El país afronta su hora más crítica desde que empezó la crisis del coronavirus

Al momento de escribir estas líneas, los españoles nos encontramos surcando el sexto día de confinamiento forzoso desde la entrada en vigor del Real Decreto de estado de alarma por parte del Gobierno de España.

Las medidas extraordinarias -sin precedentes en la historia reciente de este país- dirigidas a reducir radicalmente las reuniones de personas, la movilidad en las calles y todos aquellos comportamientos de la vida social que facilitan el contagio del COVID-19, no han sido suficientes aún para frenar el ascenso imparable de la curva epidemiológica, que hoy supera los 1.000 muertos y roza los 20.000 contagiados.

Como suele suceder en las experiencias de catástrofes naturales, la respuesta de la ciudadanía en general está siendo ejemplar y pródiga en expresiones de solidaridad. El personal médico y sanitario se desvive atendiendo a los pacientes que se multiplican cada día en las salas de urgencias en turnos interminables. La ciudadanía está respetando muy mayoritariamente el confinamiento en sus casas, las pacientes colas en los supermercados, y las reducciones abruptas en sus desplazamientos. Las calles están vacías y, el silencio, algo desconocido en este país tan dado al encuentro social, a quedar con los amigos en los bares, a reír y vociferar todos a la vez, despreocupados en su alegría por eso que llaman “contaminación acústica”… hoy, en cambio, el silencio domina las calles, las plazas y los rincones de toda España. Solo a unas horas acordadas, al final de la jornada, ese silencio se rompe. Es entonces cuando miles de ciudadanos se asoman a los balcones y las ventanas de sus casas para dedicar un fervoroso y emocionado aplauso al personal sanitario -médicos, enfermeros, auxiliares, etc.- en reconocimiento a su esforzada y fundamental labor cotidiana.

Sin embargo y, pese a este extraordinario esfuerzo que en algunos casos alcanza el heroísmo, la amenaza de un colapso del sistema de salud, uno de los mejores del mundo por sus recursos, su calidad y su universalidad, se yergue en el horizonte cercano como una siniestra sombra a pasos agigantados. A tal extremo que, ya los responsables médicos de las unidades de cuidados intensivos (UCI) empiezan a prepararse para un escenario crítico en el que podrían tener que priorizar la atención a los pacientes si la curva de contagios sigue creciendo. Eso significa, tener que elegir entre salvar la vida de unos y no salvar la de otros en base a unos criterios que supondrán, inevitablemente, un dilema moral difícil de asumir.

Este escenario de incertidumbre empieza a hacer mella en el ánimo de la gente. Las expresiones optimistas y los discursos apelando a la fuerza moral colectiva de los primeros días de confinamiento, empiezan a apagarse a medida que el tiempo va pasando y los casos de conocidos y familiares contagiados o ingresados en los hospitales, algunos en situaciones delicadas, no paran de crecer y va alcanzando a casi todas las familias.

También muchas familias de creyentes cuentan ya contagiados y enfermos por coronavirus entre sus seres queridos, con lo que queda demostrado, por si alguien tenía dudas, de que los evangélicos no somos inmunes a los impredecibles efectos de esta pandemia.

Nuestros templos están prácticamente todos cerrados desde el decreto del estado de alarma y los pastores estamos aprendiendo a usar las posibilidades que nos ofrecen las nuevas tecnologías para retransmitir cultos virtuales, compartir mensajes de orientación y aliento a nuestros hermanos, y celebrar reuniones de oración por videoconferencia junto a consiervos de los cuatro puntos cardinales del país, clamando a Dios en unidad por nuestra querida España.

También estamos animando a nuestros hermanos y hermanas a aprovechar este tiempo de confinamiento forzoso para renovar la comunión íntima con el Señor, reforzando  nuestro tiempo devocional, de oración y de adoración personal, lo que además de mantenernos fuertes espiritualmente como individuos, puede convertir esta crisis en el umbral del avivamiento de la Iglesia, y la antesala del despertar espiritual que España necesita y por el cual venimos clamando desde hace tanto tiempo.

Por lo demás, conscientes de que afrontamos una hora crítica en la historia de nuestro país y del mundo, y preocupados por los efectos impredecibles de esta crisis, no solo para la salud pública sino también para la salud económica, emocional y espiritual de nuestros pueblos, como pastores estamos buscando el rostro del Señor para ser instrumentos afilados, verdaderamente útiles en sus manos para el tiempo que viene. Un tiempo que será sin duda difícil y en el que no nos valdrán las viejas experiencias ni los viejos sermones. Un tiempo en el que más que nunca tendremos que frecuentar “el secreto de Jehová” para poder tener algo pertinente que ofrecer a la generación que sobrevivirá al coronavirus, pero que nunca más será la misma.

Un tiempo en el que, con el profeta Isaías, habremos de levantar con gozo la bandera de la esperanza, aún si fuera en medio de las ruinas, para proclamar bien alto que en Jesucristo y por su obra redentora, volverán las risas a las calles de toda España, y volverá la alegría a sus parques y plazas porque…

“… gozo perpetuo será sobre sus cabezas; y tendrán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido”. (Isaías 35:10)

Jorge Fernández, consejero de Medios de Comunicación de FEREDE

Madrid, España – 20 de marzo de 2020.-


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